Con todo el ejército marchando hacia la Casa Rosada, en las últimas horas del gobierno de Arturo Illia, un joven teniente de granaderos, de 24 años, ordenó cerrar las puertas y colocó a los apenas 30 granaderos (armados con sables, fusiles y dos ametralladoras) en posición de defensa, una misión casi suicida.
¡Treinta hombres contra todo el Ejército! Por supuesto, fue en vano, pero contaba la intención. En su despacho, rodeado de jóvenes radicales, Illia se resistía. “¡Como Alem, se va a pegar un tiro!”, exclamaban.
Illia le pidió su arma al edecán militar, pero éste se la negó y le dijo: “Señor, mi primer deber es interponerme entre el presidente de la Nación y la muerte”. Consumado el golpe, Illia despreció el coche presidencial, y su última orden en la Casa Rosada fue pedir un taxi.
Illia le pidió su arma al edecán militar, pero éste se la negó y le dijo: “Señor, mi primer deber es interponerme entre el presidente de la Nación y la muerte”. Consumado el golpe, Illia despreció el coche presidencial, y su última orden en la Casa Rosada fue pedir un taxi.
Tanto su conductor como todos los que miraban la escena se quedaron estupefactos. El presidente constitucional recién derrocado subió al taxi y desapareció entre las sombras de esa triste madrugada.
(Extracto de "Anécdotas y secretos de nuestros presidentes", artículo publicado en la revista Todo es Historia, Nº 535, Febrero de 2012)
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