viernes, 28 de octubre de 2011

Buenos modales y malas palabras

«General, cuando su mujer se enoja es incontrolable. Me doy por vencido»






Como buen militar, Perón era muy cuidadoso del protocolo y el comportamiento en las ceremonias oficiales. Como la mayoría de las críticas apuntaban a su esposa, María Eva Duarte ("Evita"), el Presidente contrató a personal especializado para asesoras a la primera dama en cuestiones protocolares.

Ella colaboraba con voluntad, porque sabía que la clase alta la detestaba y decidió tomar el toro por las astas.

- Dicen que soy una guaranga, que no sé vestirme, pero yo les voy a poner la tapa -se ufanó Evita, comenzando las lecciones de "buenos modales".

Una de las primeras tareas fue cambiar el look, y para eso contrató al modisto Paco Jamamdreu: "Paquito, ¿por qué no mirás mis pieles?", pidió la primera dama.

"Ésas sáquelas, señora, porque las usan las viejas cancionistas de tango", recomendó el modisto.

La educación de Evita se aceleró cuando "la Presidenta", como la llamaban, se encargó de misiones oficiales muy delicadas para el gobierno argentino en Europa. Y así comenzó a tomar lecciones de buen comportamiento con el conde Juan Eugenio de Chikoff, ruso de origen y argentino por adopción, nacido cerca de Moscú, en 1896.

Según un artículo periodístico publicado en el diario La Nación, el Conde de Chikoff hablaba nueve idiomas, era aviador, periodista, deportista, jinete y bailarín:

«A los 19 años, en 1915, salió de su país como subteniente de infantería para combatir en Francia, y nunca regresó. La revolución de 1917 lo sorprendió en París, donde un argentino optimista lo convenció de que los bolcheviques durarían un par de semanas, y lo invitó a viajar a Buenos Aires para esperar la caída. Una vez en la Argentina, Chikoff comenzó a frecuentar el mundo aristocrático porteño.
«Su comportamiento, basado en unas reglas de sociabilidad desconocidas hasta entonces, le hicieron un lugar. En los años veinte, la figura del conde era familiar para quienes frecuentaban el Ocean y el Golf Club en Mar del Plata, donde daba lecciones de baile, gimnasia y patinaje sobre hielo. Por esa época también se inició en la tarea que le daría una curiosa notoriedad: la enseñanza de urbanidad y buenos modales, un tema al que consagró años. Según Eugenia, en Buenos Aires Chikoff frecuentaba a otros nobles rusos, como la condesa Zuboff y el príncipe Nagaietz»

- Señor, lo llama el Presidente -indicó una mucama de Chikoff en su residencia de Recoleta. 

- ¿Cómo?

- Sí, el Presidente de la Nación.

- Hola, conde. Habla el general Perón.

- Buenos días, General.

- Quiero que le enseñes a Eva, porque toma la sopa cantada.

- Sí, por supuesto. Mañana mismo voy a la residencia y empezamos con las clases -respondió el maestro de buenos modales.

Después de varios meses de intenso trabajo, los resultados logrados por Chikoff eran increíbles. Sin embargo, cierta tarde el noble llegó al escritorio presidencial con una fuerte queja sobre Evita.

- ¿Algún problema, conde?

- Sí, general. Las malas palabras... Cuando su mujer se enoja es incontrolable. Me doy por vencido.


Los gafes de la Abanderada

Frontal, exigente, impulsiva y fresca, Eva Duarte de Perón fue una de las primeras mujeres de presidentes en representar al país en el extranjero.

Por eso fue tan sonado el viaje que hizo por España, en 1947, viaje del cual quedan recuerdos en los informes que un funcionario español hizo para el dictador Francisco Franco, y en el que destacan la falta de etiqueta de la primera dama:

Evita bajó a la fiesta en El Pardo con un vestido azul espectacular, pero se olvidó de ponerse la Cruz de Isabel la Católica. El generalísimo se lo hizo notar. Ella dijo: ‘Ay, me olvidé de ponérmela. No importa, tiene arreglo’. Chasqueó los dedos y una ayudante corrió a buscarle la Cruz.

De Madrid fuimos a Sevilla. Visitas a una iglesia y después a la Catedral (…). Cuando en la misa pasaron la bolsa de la limosna, ella dijo en voz alta: ‘¡Uy, me quedé sin un centavo! Yo creí que la otra iglesia era la Catedral y dejé todo lo que tenía en la cartera. A ver, ¡vayan rápido al Pardo a buscar más plata!’ Y eso hicieron…
"Regreso de Sevilla a Madrid y visita al Escorial (…). Cuando le preguntaron qué le parecía el palacio, dijo: ‘¡Cuántas habitaciones! ¡Qué hogar para huérfanos haría yo aquí!’ Muchos se horrorizaron”.




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