miércoles, 26 de octubre de 2011

El granadero que enfrentó a todo el ejército

Los sitiadores se miraron entre sí. Uno dijo: «¡Ese teniente de Granaderos está loco! ¡Treinta hombres contra todo el Ejército!»






Llegó el fatídico lunes 27 de junio de 1966. Poco antes de las 8 de la noche, los comunicados militares inundaron las radios y los canales. En la mañana de ese lunes comenzó el golpe al presidente constitucional, Arturo Illia.

El general Mario Fonseca le informó al jefe de la Policía Federal que estaba relevado de su cargo. Los militares se apoderaron de los medios de comunicación. El próximo objetivo era la Casa Rosada. El ministro de Defensa, general Castro Sánchez, le informó al presidente de la Nación que no contaba con fuerzas leales. Y las tropas del Ejército avanzaron para ocupar la Casa de Gobierno.

El día del golpe de Estado, en 1966, el jefe de la guardia de la Casa Rosada era el teniente granadero Aliberto Rodrigáñez Ricchieri, un hombre de baja estatura. Tenía entonces 24 años, era soltero y su pasión era la música clásica, que oía frecuentemente en el Teatro Colón.

el oficial descendía de personajes de gran prestigio en el Ejército y en el regimiento de Granaderos, creado por San Martín. Su tatarabuelo paterno había integrado el Ejército de los Andes y murió en acción, siendo su caballo el único que regresó vivo de los miles que salieron desde Mendoza y cruzaron la cordillera de los Anres; por la rama materna, a su vez, Aliberto emparentaba con el célebre teniente general Pablo Richieri, nacido en San Lorenzo, donde tuvieron su bautismo de fuego los Granaderos.

Rodrigáñez Ricchieri recorría los puestos de la guardia que tenía a su cargo en la Casa Rosada cuando advirtió que había tropas del Ejército que se le venían encima. Tenía apenas treinta granaderos armados con sable corvo, fusiles y dos ametralladoras, pero no vaciló. Hizo colocar las ametralladoras en posición y ordenó cerrar las puertas de la Casa Rosada. También le avisó al jefe de la tropa que avanzaba que abriría fuego si no se detenía.

Los sitiadores se miraron entre sí. Uno dijo: "¡Ese teniente de Granaderos está loco! ¡Treinta hombres contra todo el Ejército!"

El general Julio Alzogaray telefoneó al coronel Marcelo de Elía, jefe de Granaderos, que era amigo suyo y había compartido con él cuatro años de prisión en el penal de Rawson por decisión de PErón. El coronel le dijo al general que tenía razón, que el teniente estaba loco, pero que también estaba cumpliendo con su deber, con la tradición del regimiento: defender al presidente de la Nación hasta el último cartucho y luego con los sables.

Aún más: le aclaró que aunque la resistencia fuera inútil, no sólo no iba a ordenarle al teniente que se rindiera, sino que también él mismo, el propio coronel, marcharía en auxilio del teniente de granaderos apenas sonara el primer disparo.

"La orden que tendré que dar, Julio", agregó Elía, "será atravesar el cerco que el Primer Cuerpo del Ejército ha tendido alrededor de la Casa de Gobierno, y morir intentándolo". Alzogaray quedó mudo. Sabía que ordenar un ataque sería una carnicería, una masacre de granaderos y civiles que resultaría contraproducente. Entonces, ordenó suspender las operaciones.

Pasó de todo en las largas y extraordinarias doce horas que el teniente Rodrigáñez Ricchieri mantuvo en jaque al Ejército argentino con sus apenas treinta granaderos.

El brigadier Pío Otero, jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la Nación, intentaban convencer al doctor Illia de que renunciara. Le señaló que igual sería tomada la sede gubernamental, pero con treinta muertos. El presidente radical sólo aceptó que se fuera el personal administrativo.

Otero habló con el general Alsogaray. Le pidió que por nada se contestara con fuego a un balazo que saliera de la Casa Rosada, que él intentaría convencer a otros personajes radicales de que hicieran razonar a Illia. Cuando Otero volvió, Ricardo Balbín y el vicepresidente Carlos Perette ya no estaban. Alrededor del Presidente, jóvenes radicales (entre ellos los futuros presidentes Raúl Alfonsín y De la Rúa) habían llenado su despacho.

De pronto, Illia fue hacia el dormitorio presidencial. Todos coincidieron en un pensamiento: "¡Como Alem, se va a pegar un tiro!" Con emoción, comenzaron a cantar el Himno. Cuando el general Alzogaray le ordenó personalmente la rendición al teniente Rodrigáñez Ricchieri, éste se la negó y le dijo con emoción: "Señor, mi primer deber es interponerme entre el presidente de la Nación y la muerte".

Los dos se miraron a los ojos durante varios segundos. El general lo hizo con furor, pero también con admiración, y fue el primero en bajar la mirada. Luego entró en el despacho presidencial, donde Illia firmaba fotos para sus correligionarios.

El resto es parte de la historia grande argentina. Illia renunció y despreció el coche presidencial y un auto oficial que le ofrecieron sus partidarios radicales. A cambio, caminó hasta la vereda, y llamó un taxi que pasaba. Tanto su conductor como todos los que miraban la escena, se quedaron estupefactos. El presidente constitucional recién derrocado subió al auto y desapareció entre las sombras de esa triste madrugada.




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