viernes, 21 de octubre de 2011

El presidente que cayó del cielo



El 12 de abril de 1927, Marcelo Torcuato de Alvear, un aristócrata incorregible, presidía el país. Cuando estaba en la Casa de Gobierno, en reunión con algunos de sus más cercanos colaboradores, le llegó un telegrama...



Se levantó, lo abrió, lo leyó, y quedó pálido. Dejó caer el papel que contenía el breve mensaje y se derrumbó en el asiento que segundos atrás ocupaba. Alguien levantó el telegrama del piso y también se enteró del contenido... Su texto: «MINISTRO DE GUERRA PERDIDO EN EL AIRE. ALEGRÍA».

Conmoción inmediata en la Casa Rosada. Funcionarios corriendo como cucarachas cuando llega el exterminador. Información precisa: el remitente era Victorino Dionisio Martínez de Alegría, capitán aviador del Ejército, que ese día había piloteado el biplano Breuguet número 11.

En la nave viajaba el general Agustín Pedro Justo, un obeso entrerriano, de 49 años, ingeniero, poderoso caudillo de esa fuerza armada y miembro del gabinete del presidente radical. Sería, además, próximo presidente de los argentinos entre 1932 y 1938.



¿Qué había sucedido? El aparato, junto con cuatro similares, todos volando en formación que se dirigía hacia La Rioja desde Córdoba, donde Justo había pasado revista a la unidad militar de esa capital provincial.

Pronto, a los 2.200 metros de altura, empezaron los problemas por adversas condiciones climáticas, padeciéndose violentas pérdidas de altura a causa de pozos de aire. El avión contaba con un asiento para el piloto y otro detrás para el acompañante y, aunque, como hoy en día, era necesario que ambos se colocaran sus cinturones de seguridad, Justo no lo hizo porque le molestaba debido a su prominente barriga.

Al finalizar el carreteo por el pasto de la pista militar riojana, tras un temeroso aterrizaje, el capitán aviador Alegría giró su cabeza para disculparse ante el otro ocupante de la nave, el ministro de Guerra Justo, y vio que su asiento estaba vacío.

Alegría recordó entonces que Justo nunca se ponía el cinturón de seguridad y se derrumbó sobre el tablero del avión. Así, primero desmayado y después sollozante, lo encontraron los otros pilotos y los jefes militares que habían corrido a buscar al ministro de Guerra...

Antes de que los oficiales castrenses llegaran a imaginar cuál sería su futuro, y que los buitres del diario Crítica, que siempre andaban a la pesca de ese tipo de noticias, se enteraran de lo que había sucedido, Justo se sacaba espinas del cuerpo en un campo de Patquía, localidad que está entre Chamical y Chilecito, en el centro de La Rioja, no muy lejos de su capital. 

Ahí había descendido, tras despegar su paracaídas y caer sobre un árbol, demasiado duro para su gusto. Mientras surcaba los cielos riojanos había podido ver una vía de ferrocarril, la cual, con calma, trató de buscar al caer a tierra. 

Una vez en suelo, el ministro y futuro presidente marchó con paso decidido los trece kilómetros hasta la vía y luego enfiló hacia el norte. Llegó a la mísera estación de Patquia, donde solicitó enviar un telegrama, pero no le fue posible, porque allí no había telégrafo. 

Un vecino se ofreció a llevar el texto del telegrama a un poblado cercano, y al mismo tiempo, en otro punto de la provincia, el desesperado capitán Alegría corría a enviar a Balcarce 50 el escueto mensaje: "Ministro de Guerra perdido en el aire. Alegría".








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