domingo, 16 de octubre de 2011

¡La casa está en orden! La curiosa historia de las transformaciones del palacio presidencial argentino




Ver Casa Rosada en un mapa ampliado

Una ajetreada historia rodea a la construcción y evolución de la Casa Rosada, la sede presidencial argentina. Sus ocupantes de todas las épocas han contribuido a deteriorarla, empezando con la demolición, en 1853, de la Real Fortaleza de Don Juan Baltazar de Asturia, el fuerte con el cual Buenos Aires alguna vez se defendió de furtivos corsarios y que se emplazaba en este preciso solar.

El solar en el que se encuentra es edificio es tan antiguo como la Primera Fundación de Buenos Aires, en el siglo XVI. Don Juan de Garay lo llamó Castillo de San Miguel y en 1595, sólo era una construcción con foso y puente levadizo. 

El Fuerte fue demolido en sucesivas etapas, hasta que el Presidente Bartolomé Mitre reedificó el sector perteneciente a la Casa de Gobernadores y Virreyes, para instalarse con sus ministros. Su sucesor Domingo Faustino Sarmiento le agregó jardines y rejas, pintándolo de rosado lo que caracteriza al lugar como Casa Rosada. Aunque se dice que a Sarmiento se debe el color rosado, parece que esta historia no es más que una leyenda.

Éste encargó en 1873 al arquitecto sueco Carlos Kihlberg proyectar un edificio de Correos y Telégrafos, en Balcarce e Hipólito Yrigoyen. Por iniciativa del Presidente Julio Argentino Roca se levantó en 1882 para sede del Gobierno Nacional un edificio proyectado por Enrique Aberg que llega hasta Balcarce y Rivadavia en simetría con el de Correos y al que incorporó balcones abiertos a modo de "loggias".

Ambas construcciones estaban separadas por un callejón que iba desde la Plaza de Mayo hasta la Aduana Nueva, que posteriormente fue demolida por el proyectado Puerto Madero. La edificación estaba lucía verdaderamente su peor cara. La puerta principal tenía agujeros de tales dimensiones que permitían el acceso de vendedores ambulantes. Por entre ambos edificios pasaba una calle, que daba a la vieja aduana pero el Presidente Roca pidió en 1884 al arquitecto Francisco Tamburini que uniera ambas edificaciones con un arco central

Con tantos cambios, dicen los expertos, la casa no obedece a un estilo arquitectónico particular, sino a varios, entre los que se destacan las mansardas francesas, las ventanas de estilo nórdico y los patios internos, coronados por claraboyas. El conjunto tiene tres niveles sobre la calle Balcarce, y el Museo, sobre Paseo Colón, uno más hacia abajo. En la entrada principal se accede al Salón de los Bustos, con esculturas de presidentes argentinos. Sobre el ala norte se despliega el Patio de las Palmeras, con mármol de Carrara.

En el acceso por Rivadavia se erigen las Escaleras de Honor, regalos de diferentes países. La de Francia exhibe un tapiz de San Martín y pinturas originales trompe l’oeil. La italiana, fileteados. Cuenta la leyenda que Perón y su ministro Domingo Mercante corrían carreras, deslizándose por sus barandales.

Luego, los salones se denominan en función de puntos cardinales (Norte, Sur) y colores. El más famoso, el Salón Blanco, es donde se celebran los principales actos de gobierno. La escultura central, el Busto de la Patria, con el escudo de bronce, es del italiano Ettore Ximenes. El mueble más antiguo, todavía en uso, es un gran juego de sillón con escudo y ocho sillones de estilo victoriano, que están en el Salón Norte.

El mismo Roca fue el primer presidente argentino en trabajar allí, durante su segundo mandato, y Roque Sáenz Peña fue el primero y único en residir en la Casa Rosada, junto a su esposa, Rosa González, entre 1910 y 1914, y por eso mandó construir un jardín. En el Salón Blanco se daban banquetes en los que se servían hasta doce platos distintos, con menú en francés y vajilla, platería y cristalería francesa e inglesa. 

El presidente Agustín P. Justo hizo desaparecer -en 1938- 17 metros del lado sur del palacio, y le hizo así perder la simetría, y un decreto de otro presidente, Ramón Castillo, convirtió a la Casa Rosada en Monumento Histórico Nacional. En 1955 sufrió roturas increíbles tras el bombardeo que sirvió de colofón a la caída del presidente Perón.

La información sobre el hecho es bastante confusa y se habla de aproximadamente una veintena de bombas que se arrojaron sobre la Casa Rosada desde los aviones, estallando solamente entre 5 y 6 de ellas; esto se debe a que el 16 de junio fue un día nublado teniendo los aviones que volar a baja altura para lograr identificar sus objetivos, en consecuencia, muchas de las bombas arrojadas desde tan corta distancia no lograron explotar, de no haber sucedido esto la cantidad de heridos, muertos y daños al palacio hubiese sido aún mayor.

En los años '60, con el presidente Juan Carlos Onganía, la pompa principesca europea volvió a los salones y las costumbres de la Casa Rosada, inaugurando un pomposo episodio repleto de recepciones oficiales, galas teatrales y desfiles militares como no se veía desde la presidencia de Sáenz Peña. 

El general, amante de la grandeur, se rodeó de una corte de empleados numerosa, a la que regía con riguroso protocolo. Incluso el directo de ceremonial del palacio de Gobierno dictó nuevas normas precisas sobre los atuendos de los civiles que debían ingresar: “A partir de la fecha, ningún civil puede entrar sin saco y corbata”. 

El presidente recibía, según la importancia y la cantidad de sus interlocutores, en distintos salones y despachos del palacio presidencial, y, como ejemplo de su pomposidad, cabe recordar que en 1968 sorprendió a la opinión pública al llegar al acto inaugural de la Exposición Rural de Palermo en el viejo carruaje que en 1910 había trasladado a la infanta Isabel de España en su viaje a la Argentina. “¿Habrá que gritar viva el presidente o viva el rey?”, se preguntaban en el público.

Los militares de la última dictadura (1976-1983) hicieron indiscriminadamente agujeros en las puertas de madera o vidrios para colocar aparatos de aire acondicionado. Uno de sus sucesores, Jorge Videla mandó a colocar hormigón en las claraboyas por temor a un ataque aéreo de la guerrilla. 

Como resultante dejó los espacios a oscuras y le agregó un peso injustificado a la estructura de la vieja casona. Después, el general Agustín Lanusse mandó a sellar la ventana del despacho que da sobre la Avenida Rivadavia con un sistema antimisiles e hizo pintar la pared resultante de dorado. 

Durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín (1983-1989) ocurrieron cosas asombrosas. Primero, una serie de ruidos extraños en la Rosada hizo saltar las alarma . Una profunda limpieza hecha por técnicos alemanes detectó viejos micrófonos escondidos por los rincones más impensables. 

Al poco tiempo, los ruidos extraños volvieron a resonar y Alfonsín se cuidaba de no hablar temas importantes cerca de macetas o floreros hasta que un empleado de la Casa ofreció la solución: “Les puede leer uno de sus discursos y dejar dormidos a los espías”.

En 1985, luego de negociar con los militares rebeldes en Campo de Mayo, Alfonsín aterrizó con el helicóptero en la azotea de la Casa Rosada. Por el peso y el impacto de la nave, en el primer piso del edificio comenzaron a caerse pedazos de mampostería. En ese mismo instante, iluso, mientras la Casa de Gobierno se caía por pedacitos, Alfonsín manifestaba a las multitudes desde el balcón: “¡La casa está en orden!”.

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