domingo, 18 de marzo de 2012

La curiosa historia de la dinastía real de Tonga

Coincidiendo con la muerte del rey Siaosi Tupou V, recordamos las curiosidades de la dinastía que ha gobernado durante siglos uno de los países más desconocidos del mundo: el Reino de Tonga.



El primer rey de esta dinastía fue Taufa’ahau, que adoptó el nombre de George Tupou I cuando fue bautizado al cristianismo. Nació en 1797 y tuvo una vida larguísima. Gobernó desde 1845, y su época vio muchos cambios en la política de Tonga.

Él fue el fundador de la ciudad de Nuku’alofa, capital del país, el año de su coronación, y una de las leyes que ideó fue que la tierra en Tonga se podría dar solamente a tonganos y no venderla a los extranjeros, como sigue siendo hasta ahora.

Falleció a los 94 años, después de nadar en el mar, esfuerzo que resultó demasiado para su avanzada edad. Murió tan viejo, que todos sus hijos habían fallecido antes que él.

Le sucedió su bisnieto, setenta y siete años menor que él, que adoptó el nombre de George Tupou II. Se dice generalmente que George Tupou II no fue un buen rey desde un punto de vista político, pero en lo íntimo siempre fue una persona apacible y un artista de alma que escribía canciones y poemas. También fue conocido porque proporcionó el agua limpia a la gente, que fue un logro importante para la salud pública.

Pese a las falencias del gobierno, Tupou II logró ser un monarca popular y amado en Tonga, y, hasta que su salud se debilitó, fue considerado como el decano de las islas del Pacífico, cuya buena voluntad, y buen consejo, eran buscados por todos. 

Tonga quedó desolada por su muerte, y su hundió en un período de luto extravagante que vació aún más las casi exhaustas arcas nacionales: se gastaban enormes sumas en fiestas funerarias muy costosas que duraban meses. En su pena, nadie se sentía en condiciones de trabajar. 

Tupou II murió en 1918, dejando la corona a su hija, Salote Tupou III. Mucha gente recuerda a Salote y su paso triunfante en un coche descubierto durante el desfile de coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, en 1953. 

Llovía a cántaros, pero ella sonreía como si no pasara nada, y saludaba con su enorme mano, cautivando a los británicos apostados a los lados de las calles. “¿Quién es ese?”, gritó una voz entre la multitud, y su dueño señaló a un individuo mucho más pequeño sentado junto a la muy grande reina Salote. “¡Eso es su almuerzo!”, llegó la típica respuesta inglesa, y la broma dio vuelta al mundo hasta llegar a oídos de la reina, que rió con toda sinceridad. 

Su hijo y sucesor, Taufa’ahau Tupou IV, llegó a ser catalogado en el Libro Guinness de los Récords como el "rey más obeso del mundo". 

Antes de alcanzar el trono, el príncipe podía presumir de una atlética figura y de ser uno de los mejores deportistas de su país. A los 14 años, hacía saltos de garrocha de más de tres metros, jugaba al tenis, al cricket, al rugby y participaba en competiciones de remo y surf. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, cuando llegó a la edad adulta engordó y continuó obeso la mayor parte de su vida. 

Las crónicas de su coronación aseguran que 40.000 personas, casi el 40% de la población, comieron 71.000 cerdos asados para celebrar. El menú del banquete de la coronación consistió de unos 1000 cerdos y 1000 pollos, de carnes de oveja, sillas de montar, carne de vacuna, carne de tortugas, peces, y cangrejos.

Al rey encantaba organizar banquetes y se mostraba enormemente generoso con sus huéspedes, que se hartaban del mejor champán y caviar. El apetito feroz fue redondeando más y más su figura, hasta convertir su sobrepeso en una enfermedad crónica. El diario The Times llegó a publicar que el rey se parecía a “un piano de concierto lustrado con un tórax cubierto con condecoraciones del tamaño de una pequeña mesa de billar”.

Darío Silva DAndrea


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